ESMERALDA TORRES: COLECCIONISTA TRANSPARENTE
DE TEXTURAS PSÍQUICAS Y POÉTICAS

Kenia Cano

Lo que Esmeralda Torres ofrece en su obra son “ensayos matéricos” y en la palabra ensayo radica toda una filosofía. Presentar la experiencia de lo familiar. Ensayar es adentrarse en la materia, ampliar un tema a partir de lo vivido para hacer visible la sabiduría personal. Como en Montaigne, uno no ensaya para expresar lo que conoce, sino que en el camino de la expresión, en el proceso, se entrega a conocer. En los Ensayos del escritor francés, los textos se presentan como una “textura llena de sí”, motivo que nos hace ver Josu Landa en su artículo “Contra el discurso vacío”. Esmeralda Torres comparte tres puntos que se acercan a la labor del ensayista: la escritura, en este caso la pintura, se ancla en la subjetividad; el escritor- pintor descubre su propia verdad por intuiciones casuales; y, en ambos casos, sus obras son como impresiones personales, relaciones de experiencias únicas, que en ocasiones dan la impresión de ser inconclusas o de estar deliberada- mente abiertas.
En su ejercicio artístico le importa la lectura de la emoción, un proceso de auto observación y expansión interior. La apariencia de “espontaneidad” es importante, el trazo suelto, el encuentro gestual con la materia. Un acercamiento a los materiales sin pretensión, con una actitud de juego y libertad que no abandona la verdad de fondo, lo que se intuye y nunca se menosprecia. Tal vez, la intuición sea más valiosa que el conocimiento. Puede hacer de un objeto común como un barquito de papel, tantas veces elaborado por un niño sin afán de persistencia, un símbolo vulnerable pero permanente. A través de su trabajo plástico lo preserva, cuidando su transitoriedad.
Nuestra artista coloca sus límites claramente. Series en las cuales transita. Las genera para habitarlas. Quizá coloque aleatoriamente sus temáticas y el número de piezas que conformarán una serie, pero sabe que la pintura es una exploración que no termina nunca y en cada obra nos permite sentir la opción de “lo inacabado” o “inconcluso”. ¿Acaso el hombre puede dar cuenta verdaderamente de que ha terminado un proceso a conciencia? Algunos no podemos decir: esto está terminado. Pero sí: esto, en su natural proceso, aparece y desaparece. Asunto paradójico. Una obra terminada que da el aire de ser orgánica y móvil. Algo que está todo el tiempo siendo. Podría continuarse infinitamente. Aunque no olvida el tema del “borramiento” o la disolución. Gusto que quizá Esmeralda comparte con Cy Twombly. Todo aparece y desaparece sutilmente como el recuerdo, una frase o una relación que deseamos olvidar. Pictóricamente esta sensación de “borramiento” se da a través de veladuras, pero también de manchas que incluso tachan o borran lo que hay debajo. El color blanco se trata, en ocasiones, como una neblina donde los objetos o las formas desaparecen. Una niebla benéfica que sostiene, integra, abraza, más que amenazar. Y, como ella misma escribe, rememorando a Nezahualcóyotl: somos pinturas y como pinturas nos iremos borrando.
En uno de sus cuadros leemos la palabra “BORRADO”, de cabeza, en una tinta negra nada discreta. El trazo pone en peligro a la palabra “hola”, en un amarillo silencioso, que tiende a desaparecer en una mancha negra agrietada, desafiando los conceptos de permanencia y fugacidad.
Los temas en su obra son esenciales, no rebuscados. Es en la sencillez donde adquieren su mayor fuerza. “Texturas poéticas minimalistas” donde la plasticidad surge como valor primordial: el grosor de las plastas, la presencia dura del material, su aspereza o maleabilidad. Generación de espacios que no refieren a nada, sino que aparecen como una realidad única. Importan más la densidad, la gravedad y la relación que hay entre las formas. Todo acuerdo invisible, se hace visible. Incluso el abandono, el arrojo, la apertura y la huída.
Para Esmeralda todos los materiales son dignos vehículos de su espiritualidad. Los materiales dejan ver su mutabilidad, su transformación o, en su defecto, su resistencia. Louise Bourgeois, feligresa también de la materia emocional, escribió: “Hablar del sueño de la materia es una imagen maravillosa... hay que despertarla, despertar de su sueño al material”. Torres puede devolver al carbón, por ejemplo, su luminosidad en su crudeza, gracias a una plasta aparentemente moldeable, como un trozo de plastilina que se punza con un recuerdo incómodo, nada inocente. He aquí que aparece el documento personal, la textura psíquica. Al igual que la escultora francesa, podría decir: “Necesito mis memorias. Ellas son mis documentos. Las cuido. Son mi intimidad y las celo muchísimo”. Y agregar, junto con Cézanne, “atesoro mis pequeñas sensaciones” (Diarios, Louise Bourgeois).
Conversaciones íntimas que muestran un profundo autorretrato. ¿Qué dice de nosotros un clavo que se deja a la vista como un afecto que ensambla nuestros defectos? Toda serie es continuidad, cada pieza es una versión del yo. Un examen austero y preciso de la persona. El “yo” se lee en el desplazamiento de la forma. Un cuadro desbordado puede devenir una escultura. En estos autorretratos se ofrendan la vulnerabilidad y la imperfección.
En una de sus obras se puede ver la palabra “corazón”, manuscrita en color verde “esmeralda”, en un trozo imperfecto e irregular, sobre un cubo grisáceo donde se lee desdibujada la palabra “yo”. Tal vez un corazón rebelde que se subleva ante cualquier idea limitada de sí mismo.
Si fueran poemas, resaltarían por su textura verbal, serían tal vez elogios al sonido, juegos atmosféricos, paisajes emocionales y rítmicos, dados más por el contexto que por el texto en sí. Esmeralda Torres “contexturiza”. Crea una composición más textural que protagónica. La anécdota es absorbida por la supremacía de la experiencia estética.

Como neófito penetré en tu recinto.
Ningún asombro hubo antes en mis gestos.
Ningún deseo en mí antes de contemplarte.

Junto con Stefan George, Esmeralda pone en práctica el hecho de que la contemplación es la acción. Paul Valéry escribió: “No soy yo el poeta, sino quien penetra en el estado del poeta, en lo que tiene de más puro... como ejercicio, como un recurso, como sacrificio ante lo sagrado”. De ahí que no sea extraño para ella ofrecer 108 modos de saludar y decir adiós. Un número sagrado que tiende de la unidad al infinito.
En el peso de las palabras “hola” y “adiós” hay una transparencia poco arrogante y, sin embargo, con grandes implicaciones filosóficas: aparición y desaparición. Esmeralda Torres opta por el camino cotidiano de la repetición hola-adiós-hola-adiós... un ciclo que podría ser interminable, sólo que en el fondo sabe que hay un gran Hola y un Adiós para cada cosa. La respuesta ante esta verdad quizá se traduzca en un hacer aparecer (poiesis) que, más que compulsión, surge como una práctica cotidiana. Entre el ocultar y el descubrir se da el placer de crear. Acciones voluntarias o involuntarias sobre los materiales, desde el cuerpo, nunca desde la idea, pero sí del juego: verter, gotear, endurecer, coagular, expandir, derretir... Coleccionar transparencias.